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Arquitectura sustentable, económica y que satisface nuestra necesidad estética

Por: Arq. Nataniel Fúster, AIA, DDes

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En el fondo, el calentamiento global no amenaza la vida en la Tierra: las ratas y las cucarachas figurarían felices como sus futuros habitantes. Nada en contra de los roedores o las aplastadas damas de la noche, pero aparte de los devastadores e inexcusables efectos que tiene y tendrá dicho proceso en el resto de las especies que aún existen en nuestro maravilloso planeta, la más perjudicada es la nuestra.

Así pues, la arquitectura tiene ante sí otro problema real de dimensiones inusitadas, el cual demanda respuestas radicales, pero a su vez sensatas, que superen la etapa del manifiesto panfletario para convertirse en propuestas en los ámbitos energético, ecológico, económico, social y estético en un mercado cada vez más difícil y competitivo. Reconceptualicemos el llamado a una revolución arquitectónica, lanzado por el suizo Le Corbusier, con un nuevo plan de acción, esta vez basado tanto en teorías como en empirismos.

Según un artículo publicado en el periódico El Nuevo Día del 24 de mayo de 2007, la contribución al calentamiento global por habitante en Puerto Rico es 230% mayor que el promedio por habitante a nivel mundial y 333% mayor por habitante que en America Latina y el Caribe. Tenemos más de 3 millones de vehículos y se proyecta que para el 2020 superaremos los 4 millones. Actualmente, consumimos, sólo para trasportarnos, 998 mil millones de galones de gasolina al año, la que es una cantidad mayor que la gasolina utilizada por siete países centroamericanos juntos. Y como si estos datos no fuesen suficientes, la AEE consume unos 33 millones de barriles de petróleo al año con proyecciones de duplicar la demanda eléctrica en solo 25 años. En la década de los ’90, Puerto Rico generaba 34 millones de toneladas de gases causantes del efecto invernadero. La vegetación existente en la isla sólo absorbe 4.6 millones de toneladas al año, lo que significaba un excedente de alrededor de 30 millones de toneladas para aquel entonces. Los números de hoy deben ser de terror. Irónicamente, nuestro crítico cuadro ambiental contrasta con el de la isla caribeña de Bonaire, que planea convertirse en 100% sustentable para finales de este año.

Considerando que el mayor por ciento de la emanación de CO2 proviene de edificios (alrededor de 40% en los EEUU), el ignorar la magnitud del problema representa un dilema ético de dimensiones monumentales en torno a la arquitectura.

Quizás, una de las peores ideas preconcebidas que se ha arraigado en el imaginario popular es la de que la arquitectura verde carece de valor estético. La falta de modelos que muestren lo contrario abona a un lamentable estereotipo que le hace mucho daño a la causa. Sin embargo, lo cierto es que muchas de las mejores muestras internacionales de arquitectura contemporánea son sustentables. La Torre Hearst en Nueva York del arquitecto británico Norman Foster, la expansión al Museo de Arte High de Atlanta del italiano Renzo Piano y el Museo Nómada del japonés Shigeru Ban son algunos de los ejemplos en los que la sustentabilidad es asumida por una obra que plantea ser Arquitectura antes que nada. La Arquitectura, con ‘A’ mayúscula, siempre pretendió ser una respuesta inteligente y sensata al medio ambiente. Por eso, la idea de lo verde nunca deberá estar alejada del buen diseño; todo lo opuesto, ningún objeto puede ser genuinamente verde si no está elegantemente diseñado, porque lo contrario sería un desperdicio de materiales, de energía y de tiempo. En cambio, en Puerto Rico, existen demasiados ejemplos de construcciones que, amparándose en su eficiencia energética, le han dado la espalda al buen diseño y a la Arquitectura. Estas construcciones acaban contaminando visual y espiritualmente el ambiente, lo que resulta ser una grave contradicción de los postulados básicos del movimiento verde.

Igualmente, no es una coincidencia que la palabra ecología rime con economía. La razón es etimológica: ambas palabras tienen en común la raíz griega oikos de la cual proviene ‘eco’ que significa casa. El manejo de los recursos de una gran casa planetaria está íntimamente relacionado con el entendimiento de los seres vivos que viven en tal lugar. Nos plantea Joaquín Arnau que “la Arquitectura es en sí misma, Economía Social. No es sólo administrada: sino administradora. No es mera riqueza de la vida: sino enriquece la vida. No es objeto útil que se distribuye: antes bien, ella distribuye los objetos y las utilidades. Y ahorra energías a la convivencia humana. …Una edificación del despilfarro y la vana ostentación, tal cual la que ahora se practica y alaba, es la negación misma del espíritu de la verdadera Arquitectura, cuyo ideal consiste en el bienestar de la Humanidad a bajo costo.”

Las consideraciones económicas como premisas del buen diseño rebasan el objeto arquitectónico. Los diseños de la empresa IKEA se basan en la siguiente premisa: “Hacer algo bello que cueste 2,000 dólares es aburrido; hacer algo bello que cueste 2 dólares es revolucionario.” Es por esto que cualquier propuesta de arquitectura verde que no contemple un entendimiento de las demandas del mercado y que en el fondo no sea accesible a un público más amplio que el que tradicionalmente gravita en torno a las esferas tradicionales de la profesión, no es sostenible ni sustentable. Sustentabilidad implica el que algo se pueda sostener, mantener, defender o conservar. El ‘less is more’ del arquitecto alemán Ludwig Mies no sólo tiene implicaciones formales; la edición económica es más que un ahorro a ultranza, es un ajuste del precio en función de la calidad. La crisis actual nos enseña que toda gestión debe ser económicamente sustentable.

Otro lamentable estereotipo local, abonado más por deseos particulares que por pragmatismos, es la idea de que la arquitectura verde, y muy en particular la vivienda, es suburbana o peor aún, aislada. Parte de la razón de ser de este estereotipo es que algunos de los muy promocionados modelos residenciales se encuentran en retiradísimos lotes suburbanos. El problema es que la eficiencia energética que se procura obtener con estas propuestas queda totalmente revertida por la generación de gases, que crean el efecto invernadero, producidos por los medios de transporte necesarios para llegar a estas casas. Dicha condición es exacerbada si estas viviendas son utilizadas como residencias principales.

Ni la comodidad ni la eficiencia debe ser antagónica con lo verde; cualquier persona que tenga una i-Pod (uno de los objetos mas verdes que se hayan inventado) o un Prius (o mejor aún un Tesla) puede dar fe sobre el asunto. El inodoro de composta no puede seguir siendo un ícono del movimiento verde.

Paralelo a esto, el “greenwash” o “engaño verde” se define como la idea de usar el concepto “verde” para adquirir beneficios económicos de él sin verdaderamente tratarse de productos o proyectos ecológicos o respetuosos del ambiente. El ‘greenwash’ es otra postura liviana o ‘light’ que tiende al desarraigo de atributos intrínsecos. Los tiempos requieren planteamientos que ataquen de frente el problema, no requieren de soluciones ‘light’. Nuestra isla espera por las propuestas ante una situación tan crítica como la que nos ha tocado vivir. Temas como el uso indiscriminado del hormigón (cuya producción y uso a nivel global genera entre el 5% y 7% del total de gases invernadero), el empleo irreflexivo de la construcción convencional (que genera una enorme cantidad de desperdicios que van a parar a vertederos), la ausencia generalizada de sistemas de recolección de agua y de reciclaje de aguas grises en los edificios, la carencia de investigación en cuanto a propuestas arquitectónicas y paisajistas económica y urbanamente sostenibles y, paralelamente, la falta de cuestionamiento de la proliferación de ineficientes y antisociales modelos suburbanos son algunos de los problemas que podríamos comenzar a atender inmediatamente si es que queremos generar un cambio.

La supervivencia de nuestros extraordinarios ecosistemas, de nuestra especie y de aquellas que todavía nos acompañan en estos tiempos depende en gran medida de las acciones que comencemos a tomar hoy. La Arquitectura, esta vez sin quererlo, vuelve a ser una pieza central del rompecabezas que necesita de posturas verdaderamente revolucionarias. Como dijo Einstein: “Es en la crisis que nace la inventiva, los descubrimientos y las grandes estrategias. Quien supera la crisis se supera a sí mismo sin quedar superado. …Acabemos de una vez con la única crisis amenazadora que es la tragedia de no querer luchar por superarla…. La verdadera crisis es la crisis de la incompetencia.”

El arquitecto Nataniel Fúster es socio principal de la firma FUSTER + Partners - Architects, PSC (www.fusterpartners. com) y presidente de la firma Ecodesarrollos (www.eco-desarrollos.com).

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