Sensibilidad Química Múltiple y Edificios Enfermos
Por: Onell González-Martínez, BSc, LEED AP O+M, USGBC Faculty
Un informe publicado en el año 2000 por el Worldwatch Institute de Washington, DC, expresaba que existían aproximadamente entre 50,000 y 100,000 químicos sintéticos en la producción comercial, y que nuevos compuestos entraban constantemente al mercado en un promedio de 3 diarios. Particularmente, desde la Segunda Guerra Mundial, miles de nuevos químicos han venido a formar parte de nuestro ecosistema, muchos de los cuales son derivados del petróleo o del alquitrán de hulla (“coal tar”). La mayoría de estas sustancias no pueden ser estudiadas para detectar efectos en la salud de las personas debido al ritmo exagerado al que son añadidas a los productos cada año. Según la Agencia para la Protección Ambiental (EPA por sus siglas en inglés), tan sólo un 4% de los químicos sintetizados por el ser humano han sido sometidos a estudios toxicológicos. Sin embargo, un estudio de la misma agencia reveló que la mayoría de las personas contiene una cantidad pasmosa de químicos tóxicos almacenados en su grasa corporal.
La Junta de Estudios Ambientales y Toxicología de la Academia Nacional de Ciencias en Washington, DC, estima que 15% de la población estadounidense experimenta sensibilidad a químicos contenidos en productos de consumo comunes que incluyen desde maquillaje y perfume hasta telas sintéticas y limpiadores domésticos. Antes de la Segunda Guerra Mundial, la mayoría de los productos de consumo más comunes eran derivados de plantas y/o animales, sustancias naturales a las cuales nuestros cuerpos se han adaptado durante miles de años. A partir de la década de 1940, muchos de estos mismos productos comunes, como jabones, detergentes y otros, comenzaron a incluir químicos sintéticos, algunos reteniendo las propiedades nocivas de su fuente. Además, cerca del 75% de los fármacos modernos son derivados del petróleo.
El tolueno, compuesto contenido en productos de limpieza, cosméticos, tinta de máquinas impresoras y en muchos otros, puede provocar daño a los riñones, al hígado y al sistema nervioso central. El xileno, químico encontrado en marcadores, compuestos para calafatear (“caulking”) y hasta en productos para eliminar malos olores del aire, entre otros, puede afectar el sistema nervioso central, el tracto gastrointestinal, el hígado, los riñones, los ojos y la piel. A pesar de que la mayoría de las pinturas actuales no contienen plomo desde el 1977, ni mercurio desde el 1990, estas igualmente pueden contener solventes nocivos como el tolueno, el xileno y el benceno, además de potentes fungicidas. Los plásticos, a pesar de su durabilidad, son compuestos químicos inestables que continuamente emiten sustancias nocivas bajo uso normal; cuando son incinerados, producen tóxicos como las dioxinas y los furanos.
Las dioxinas son un grupo de compuestos químicos peligrosos conocidos como “contaminantes orgánicos persistentes”, lo cual se refiere a su estabilidad química y a la facilidad con la que son absorbidas por el tejido graso de nuestro cuerpo. Las dioxinas tienen un alto potencial de toxicidad y pueden causar problemas reproductivos y del desarrollo, daños al sistema inmunológico, interferir con procesos hormonales y hasta provocar cáncer. Según la organización Greenpeace, las dioxinas no sólo se encuentran como subproductos en desechos de la industria del papel y la pulpa, la fundición de metales y la manufactura de algunos herbicidas y pesticidas, sino que también están contenidas en productos de consumo como pañales, servilletas, papel de inodoro, filtros de cafetera, empaques de comida y papel para escribir.
La condición médica que se desarrolla debido a la exposición que sufrimos frente a todos los químicos tóxicos que se encuentran en miles de productos y materiales es muy compleja. Esta enfermedad ha recibido múltiples nombres, entre ellos: “Síndrome Alérgico Total”, “Sensibilidad Química Múltiple”, “Enfermedad Ambiental”, “Enfermedad Ecológica”, “Disfunción del Sistema Inmune”, “Enfermedad del Siglo 20”, etcétera.
En 1987, la instalación de nuevo alfombrado sintético afectó la salud de cientos de empleados en las oficinas centrales de la EPA y alertó a la agencia sobre el aumento en la susceptibilidad de las personas ante químicos volátiles en el ambiente interior. El concepto del Síndrome del Edificio Enfermo llegaba a la atención de todos. Un mes antes del mencionado incidente, la agencia había publicado un estudio llamado “Toxic Exposures Assessment Methodology”, evidenciando que la contaminación en ambientes interiores era al menos entre 3 a 70 veces mayor que en el exterior. El referido informe citaba efectos agudos en la salud humana mencionando, probablemente por primera vez en un documento escrito, el término Síndrome del Edificio Enfermo.
El Síndrome del Edificio Enfermo (SBS por sus siglas en inglés) se refiere a un padecimiento adquirido por personas que laboran o viven en estructuras herméticas con una ventilación inadecuada que re-circula el aire interior junto a vapores tóxicos emanados por los materiales de construcción, el mobiliario, las sustancias para limpieza y el equipo de oficina, así como otros contaminantes microbiales y/o particulados. Esta enfermedad puede desarrollarse en Sensibilidad Química Múltiple (MCS por sus siglas en inglés) cuando las personas expuestas se vuelven sensibilizadas a una variedad de químicos. La MCS es una condición médica crónica caracterizada por síntomas relacionados a exposición química, usualmente en concentraciones bajas, cuyos niveles podían ser tolerados anteriormente por quienes ahora padecen la enfermedad. Muchas personas desarrollan sensibilidad por medio de un envenenamiento paulatino y acumulativo sin estar conscientes de ello. Resultados preliminares de un estudio conducido por el Departamento de Servicios de la Salud de California en 1995 encontró que un 16% de la población estudiada había desarrollado sensibilidad química y un 7% había sido diagnosticado con MCS. Se estima que un 15% de la población estadounidense ha desarrollado sensibilidad a uno o más químicos domésticos comunes o productos comerciales. Investigaciones llevadas a cabo desde los años 90 han descubierto la presencia de hasta 200 químicos industriales en cordones umbilicales de niños recién nacidos en Norteamérica.
Se ha estimado que existen entre 10 y 25 millones de personas trabajadoras, en unos 800,000 a 1.2 millones de edificios comerciales, que sufren síntomas del SBS. Algunas situaciones comunes que provocan el SBS son: máquinas fotocopiadoras frecuentemente localizadas en espacios pequeños y sin ventilación; alfombrado y otro mobiliario que emite vapores peligrosos; líquidos de limpieza que contienen químicos dañinos; pinturas nuevas que emanan compuestos tóxicos; ventanas selladas e inoperables; y sistemas de aire acondicionado con poco o ningún mantenimiento y/o diseñados sin una toma de aire fresco. Algunos efectos a la salud relacionados con concentraciones elevadas de gases orgánicos y particulado incluyen cáncer, irritación en la garganta, ojos y nariz y síntomas neurológicos entre otros.
La Organización Mundial de la Salud considera los edificios herméticos modernos una amenaza a la salud de sus ocupantes debido a la alta concentración de contaminantes en el aire re-circulado. La EPA estimó en la década de los ‘90 que el SBS le costaba a la economía estadounidense unos $60 billones anuales en pérdida de productividad y en el incremento de gastos médicos. La Federación Americana del Consumidor estima dichos costos en cifras tan altas como $100 billones anuales.
Una vez un contaminante ambiental es producido, no hay manera de desaparecerlo del Planeta. La prevención efectiva para evitar muchos de estos contaminantes consistiría en reemplazar y eliminar estas sustancias tóxicas de las líneas de producción utilizando alternativas naturales más seguras. Algunas alternativas sustitutas pudieran ser: tinta de soya en lugar de tintas basadas en petróleo; oxigeno en lugar de cloro para evitar la producción de dioxinas en los procesos de blanqueado de papel; y bórax en lugar de químicos tóxicos para la limpieza. Productos de limpieza económicos y muy conocidos como, por ejemplo, el bicarbonato de sodio y el vinagre blanco destilado, también son una alternativa segura para impedir exposiciones tóxicas.
Algunas estrategias para mitigar los efectos en la salud de un edificio enfermo son: aumentar la ventilación en cantidad y calidad; reducir el uso de químicos peligrosos en procesos de limpieza y mantenimiento; reducir el uso de alfombrado y/o utilizar fibras naturales como el algodón; prevenir la entrada a los edificios de compuestos volátiles orgánicos como aquellos provenientes de perfumes y aerosoles; y elegir cuidadosamente los materiales que utilizamos para construir y/o renovar, entre otros.
Aun cuando profesionales de la medicina opinan que no hay un fundamento fisiológico u orgánico para la sensibilidad química, existe un conjunto creciente de evidencia publicada que demuestra la utilidad de ciertos exámenes médicos para diagnosticar este padecimiento. El MCS comenzó a ser reconocido con la publicación en 1987 de una colección de escritos sobre el tema titulada Workers with Multiple Chemical Sensitivities, editada por el Dr. Mark R. Cullen de la Escuela de Medicina de la Universidad de Yale. El diagnóstico de este padecimiento comenzó a ser aceptado por la comunidad de profesionales de la medicina a finales de la década de los ‘80 y principios de los ‘90.
Durante el pasado siglo y lo que va de este, hemos observado un aumento vertiginoso de enfermedades degenerativas o crónicas, muchas de estas mortales para quienes las padecen: enfermedades del corazón, derrames cerebrales, enfermedades mentales, alta presión, diabetes, artritis, obesidad y otras. Es decir, triunfantes sobre las enfermedades infecciosas, como la viruela, la difteria y la tuberculosis, ahora nos enfrentamos a deficiencias y disfunciones del sistema inmune: el síndrome de fatiga crónica, el asma, las migrañas crónicas, la fibromialgia, la esclerosis múltiple, el lupus, otros desórdenes autoinmunes y el MCS.
Ninguna rama de la medicina ha sido más ignorada a partir de la Segunda Guerra Mundial que la medicina ambiental. Quienes sufren estas enfermedades modernas necesitan y desean ayuda médica, pero muchas personas integrantes de la comunidad médica actual no cuentan con entrenamiento suficiente en nutrición, prevención, desórdenes del sistema inmune y enfermedades ambientales, lo cual dificulta muchísimo el lidiar con estos padecimientos complejos, poco entendidos y a menudo mal diagnosticados.