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El lado “suave” del cambio climático

Por: Dr. Cecilio Ortiz García y Dra. Marla Pérez Lugo

Resumen

Proponemos que las posibles soluciones a los asuntos de política pública relacionados con el cambio climático no dependen únicamente de poseer las mejores personas “expertas” o el mejor conocimiento en las ciencias “duras”, sino de desarrollar capacidad como sociedad para consensuar valores, creencias, actitudes y percepciones conflictivas sobre cómo atajarlos. Nuestra incapacidad de innovar procesos político-administrativos y de toma de decisiones públicas ha sido ampliamente documentada y pone en cuestionamiento la relevancia que se le da a algunas áreas académicas (algunas ciencias naturales, o las “ciencias duras”) sobre otras a la hora de discutir el cambio climático en el contexto de la política pública. Si la raíz antropogénica del cambio climático es conductual (al nivel individual, grupal, institucional y nacional), nos preguntamos ¿cuáles son las verdaderas ciencias duras a la hora de enfrentar las consecuencias del cambio climático de manera efectiva? En este artículo apuntamos a la necesidad de reconocer que el desarrollo de un diálogo transdisciplinario y multi-saberes requiere que el país invierta en áreas científicas que en el pasado han sido ignoradas como esenciales, como la antropología, la sociología, las ciencias políticas y la psicología (las llamadas “ciencias suaves”), entre otras. Palabras clave: Cambio Climático, Política Pública, Inter/ Transdisciplinariedad, Ciencias Sociales.

El lado “suave” del cambio climático A menudo, la ciencia “dura” percibe el concepto de cambio climático como si fuera de pertinencia exclusiva de las ciencias naturales. Desde ese marco, el conocimiento necesario para entender y manejar el fenómeno se circunscribe a disciplinas como la meteorología, la ecología, las ciencias marinas y la física, entre otras, y los procesos políticos de toma de decisiones son irracionales, desprendidos de toda lógica y realidad. Perciben que la hechura de las políticas públicas ignora el peso del conocimiento científico y que el debate público es caótico, lento, ignorante e impredecible (obviamente, el hecho de que en estos momentos el Congreso de los EU de América pondera sobre si el cambio climático es real o no, no ayuda). Se percibe que los procesos políticos solamente “suceden” y que, por eso, no se estudian científicamente. Desde los 60’s, científicos como Herbert Simón y Charles Lindbloom exploraban los procesos de toma de decisiones públicas y los describían como procesos de “múltiples racionalidades limitadas” que avanzan incrementalmente y satisfaciendo temporalmente las necesidades múltiples de los actores envueltos. Sin embargo, aún esta visión incrementalista, choca con la premura que las ciencias “duras” pretenden asignarles a las acciones políticas apropiadas.

Ciertamente, la academia puertorriqueña demuestra incapacidad, cultural y estructural, para dialogar en torno al entendimiento y resolución de un asunto trascendiendo las disciplinas tradicionales. Más aún, esta no ha podido abrir la puerta, lo que nos permitiría entender los procesos de política pública basados en su observación empírica y en toda su complejidad política, económica, cultural y social: la integración del conocimiento científico-social. En ese sentido, las verdaderas ciencias “duras” son las sociales y es en ellas en las que Puerto Rico necesita poner énfasis. Aunque las políticas públicas efectivas para lidiar con el cambio climático requieren la transformación del aparato políticoadministrativo puertorriqueño, la sociedad puertorriqueña percibe como irrelevante la innovación en procesos políticos y administrativos. Lo importante son los avances tecnológicos en monitoreo climatológico, infraestructura civil y sistemas eléctricos. Inclusive, al introducir herramientas como esquemas contributivos noveles o nuevas perspectivas en educación, salud, y desarrollo económico, creemos que su mera implantación es suficiente, lo que refleja desconocimiento sobre la naturaleza de los problemas perversos y del conocimiento científico y profesional en esas áreas “sin importancia” como comunicaciones, conflictología, análisis político,y administración pública, entre otras.

El concepto de cambio climático evoca actitudes, sentimientos y percepciones que enfrentan clases sociales, sectores económicos, ideologías políticas y paradigmas dominantes en el pensamiento gubernamental de Puerto Rico. Richard Lazarus, experto en derecho ambiental, considera el cambio climático como un problema “perverso” porque, tal como se entiende este término, reta cualquier tipo de resolución, dada la enorme cantidad de interdependencias involucradas (gubernamentales y privadas), incertidumbres y actores que necesitan colaborar.

La colaboración es necesaria, no solo para buscar soluciones, sino también para partir de una visión común del asunto. En lo legislativo, el cambio climático es aún más perverso ya que la inacción exacerba los costos futuros del fenómeno. Los cambios venideros en el clima y sus consecuencias en los sistemas económicos globales pueden en sí mismos obstaculizar el desarrollo de tecnologías que disminuyan las emisiones de gases de invernadero que puedan influir positivamente en la situación. Es más, el clima es un bien común global y, por tanto, la acción colectiva de países para lidiar con los asuntos relacionados es muy difícil.

En Puerto Rico, por la noción de vulnerabilidad isleña, el cambio climático se percibe de manera distinta a la continental estadounidense. De hecho, Estados Unidos, aunque es uno de los mayores causantes de gases de invernadero, no percibe tener incentivo poderoso para tomar acción. Esto impacta negativamente a Puerto Rico, que, precisamente por su condición de isla, es más vulnerable y tiene menos recursos para incrementar su resiliencia, en parte, además, por la naturaleza de sus relaciones intergubernamentales. También carece de arreglos político administrativos e institucionales para una gobernanza (no gobierno) efectiva del asunto. En la administración púbica del siglo XXI, el gobierno no se concibe como un actor unitario y predominante, sino que adopta el rol de crear espacios de colaboración participativa para armonizar las múltiples visiones de la sociedad en una visión común, en lugar del de generar más conflictos.

Por último, en vez de darle importancia a estos aspectos a nivel macro sociológico, los cursos de acción promovidos por científicos/as naturales tienden a ser microsociológicos, aun cuando las causas del cambio climático son sistémicas (o sea, macrosociológicas). Se pretende educar al individuo con la mejor información científica disponible, pero, realmente,… ¿es culpa del individuo si hay muchos carros privados en Puerto Rico... o es la cantidad de vehículos una función del desarrollo urbano desparramado al servicio de la industria automotriz y la ausencia de transporte colectivo confiable? ¿Existe realmente una correlación directa entre el conocimiento del individuo, sus actitudes y su comportamiento diario? Si la hay… ¿cómo se explica la baja tasa de reciclaje en la isla después de décadas de campañas educativas? ¿Hemos consultado a la pedagogía (otra ciencia “suave”) antes de invertir nuestros recursos en maneras no comprobadas de modificar conducta?

El énfasis en programas académicos innovadores, que promuevan la convergencia de saberes prácticoteóricos, se convierte entonces en un activo, no solo para aumentar nuestra resiliencia al cambio climático, sino también para nuestro desarrollo económico, social, cultural y político nacional. El dejar de enfocarse en las disciplinas tradicionales y congregarse alrededor de los asuntos que más nos preocupan promete un cambio paradigmático en la manera en que la sociedad puertorriqueña y sus instituciones perciben la importancia de la academia y la investigación. Como dice Rosa Marín, vicerrectora de postgrados de la Universidad de Valencia (2014): “Para contribuir al desarrollo de una sociedad del conocimiento es necesaria la integración de los estudios graduados en el tejido productivo. Así, se hace imprescindible una labor de sensibilización para que los agentes sociales valoren a los doctores como profesionales altamente cualificados. Esos que durante unos tres o cuatro años han desarrollado una investigación original, aprendiendo a formular las preguntas adecuadas a encontrar la solución a diversos problemas. Además de adquirir habilidades y competencias en las que la adaptabilidad y la movilidad son esenciales para desenvolverse con éxito en un mundo globalizado... Si la sociedad no vislumbra lo que conlleva la formación de doctores, si no comprende la esencia de la elaboración de una tesis doctoral y las implicaciones de la investigación realizada como primer paso en la estrategia de I+D+i de un país, difícilmente valorará la importancia de la investigación”.

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