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Cambio climático, agroecología y soberanía alimentaria

Por Nelson Álvarez Febles*

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En ocasión de la reciente 27va Conferencia de las Partes del Convenio sobre Cambio Climático, el pasado diciembre en Egipto, resurgió con fuerza la discusión sobre el impacto que tiene la agroindustria sobre la producción de gases con efecto invernadero y sobre otros componentes ecosistémicos de la naturaleza (agua, suelos, biodiversidad) y de las comunidades humanas. Mientras tanto, la Organización para la Alimentación y la Agricultura de las Naciones Unidas (FAO) ha declarado que el cambio climático tiene efectos devastadores sobre la agricultura en los países menos ricos, lo cual reduce la cantidad y disponibilidad de alimentos a nivel local: “El cambio climático está socavando los medios de subsistencia y la seguridad alimentaria de las poblaciones rurales pobres”.

Una institución en absoluto sospechosa de ambientalismo radical como el Banco Mundial, ha postulado que la agricultura es una causante mayor del cambio climático, adjudicándole entre 19 a 29% del total de emisiones de gases invernadero. Esas proyecciones toman en cuenta los impactos más directos sobre los ecosistemas, como el uso de combustibles fósiles (diésel, abonos químicos y pesticidas), así como las actividades de la agricultura industrial intensiva: producción masiva de granos, el metano del sistema digestivo de los rumiantes estabulados, la elaboración de alimentos procesados, y el empaque, refrigeración y transportación para que los alimentos aguanten viajes largos y conservación duradera. 


Yendo más allá, algunas investigaciones demuestran que el impacto del sistema agroalimentario industrial sobre el cambio climático es aún mayor. A los porcientos anteriores se le añade que hasta un 18% del total de las emisiones de gases invernadero pueden ser adjudicadas a los cambios en los usos del suelo y a la deforestación agresiva, debido a la liberación a la atmósfera de millones de toneladas de carbono mediante la quema de los bosques, la multiplicidad de terrenos dedicados a pasturas, el uso y abuso de los suelos mediante el arado, el uso de fertilización química y el agotamiento y destrucción de la materia orgánica.

 

Se ha calculado que en promedio, los alimentos viajan cientos y miles de kilómetros entre los lugares de producción, los centros de acopio y procesamiento, y los puntos de consumo, añadiendo entre un 15 a 20% adicional a la producción de gases de efecto invernadero.  A lo anterior debemos añadir la liberación al ambiente del carbono que se encuentra en la naturaleza, incluyendo los suelos, pasturas y bosques. Mientras tanto, aportan al cambio climático la tercera parte de los alimentos que se producen y nunca llegan a la mesa, ya sea por deterioro, desperdicios en casas y restaurantes, o simplemente la caducidad programada de alimentos en los supermercados. Por lo tanto, la agricultura industrial podría estar aportando hasta cerca de la mitad de los gases de efecto invernadero.

Las prácticas agroecológicas pueden ayudar a revertir el cambio climático

En vez de ser responsable en forma importante del cambio climático, la agricultura sostenible, especialmente la agroecología (ver recuadro siguiente), puede aportar a reducir las emisiones de gases de efecto invernadero y contrarrestar la cantidad de carbono que se emite a la atmósfera, pues es una agricultura que se hace con y a favor de la naturaleza.

 

La agroecología es una disciplina científica, un conjunto de prácticas y un movimiento social. Como ciencia, estudia cómo los diferentes componentes del agroecosistema interactúan. Como un conjunto de prácticas, busca sistemas agrícolas sostenibles que optimizan y estabilizan la producción. Como movimiento social, persigue papeles multifuncionales para la agricultura, promueve la justicia social, nutre la identidad y la cultura, y refuerza la viabilidad económica de las zonas rurales. Los agricultores y agricultoras familiares son las personas que tienen las herramientas para practicar la agroecología. Son las guardianas reales del conocimiento y la sabiduría necesaria para esta disciplina. Por lo tanto, la agricultura familiar de todo el mundo es el elemento clave para la producción de alimentos de manera agroecológica. (FAO)

Una de las sorpresas que encontramos cuando se comienza el estudio de las prácticas campesinas, familiares y tradicionales de producción de alimentos locales es que, contrario a lo que se nos viene diciendo sobre la necesidad de la producción industrial agroalimentaria como única alternativa para resolver el problema del hambre en el mundo, es la producción campesina y la producción pequeña y mediana la que produce hasta el 70% de los alimentos consumidos por la humanidad. Esos alimentos son producidos en solamente el 25% de los suelos agrícolas del planeta. Además, son esas fincas pequeñas y medianas las que dañan menos la naturaleza, y en muchos aspectos hasta la cuidan y regeneran.

A continuación vemos algunas de las estrategias que podemos implementar para que la agricultura pase de ser un factor que agudiza el cambio climático a mitigarlo:

Variedades de cultivos locales y tradicionales
El uso de variedades vegetales localmente adaptadas permite que los cultivos se adapten a una gama de condiciones climáticas. Al utilizar mejor el agua disponible, las variedades tradicionales generalmente rinden más que las variedades modernas bajo condiciones de estrés hídrico, mientras son más resistentes a las plagas y enfermedades.

Biodiversidad productiva
La agroecología parte de una visión integrada e integradora del sistema agrícola, el agroecosistema. Todos los componentes cumplen múltiples funciones además de la producción de alimentos y otros productos y servicios que benefician a las familias que viven en y de la tierra. Bosques y árboles, ríos y charcas, pastos y terrenos de cultivo, insectos y animales silvestres y microorganismos, existen en relaciones de apoyo y sinérgicas complejas que son apoyadas por las personas agricultoras.

Fijación y captura de carbono
La protección y restauración de bosques y tierras de pastoreo naturales, y el uso de la agroecología en los cultivos, puede ayudar a reducir significativamente el carbono liberado a la atmósfera por las prácticas agroindustriales que han destruido enormes masas de biodiversidad y de materia orgánica en los suelos.

Apoyar los mercados locales 
Debemos movernos hacia circuitos más cortos en la distribución de los alimentos y el acceso a los insumos agrícolas, lo que nos permitiría reducir el transporte, el uso de combustibles fósiles y la necesidad de empaque, procesado y refrigeración: agricultura de cercanía.

Integración de cultivos y la producción animal
Es posible y necesario reducir el transporte, el uso de fertilizantes químicos y la producción de emisiones de metano y óxido nitroso generados por los grandes planteles industriales de carne y lácteos. Además, urge aprovechar las interacciones sinérgicas entre los cultivos vegetales y la crianza de animales.

Aumentar los ciclos internos de las fincas
La agroecología potencia los ciclos internos de las fincas, por ejemplo, la utilización de la materia orgánica para aportar fertilidad a los cultivos y mejorar los suelos en cuanto manejo de agua, la reducción de la erosión y el aumento de la biodiversidad, el uso de rotaciones y asociaciones de cultivos, el manejo integrado del agua y medidas no residualmente tóxicas para la fertilización y el control de plagas y enfermedades.

Reducir el desmonte y la deforestación
Es necesario revertir la expansión de las plantaciones de monocultivos para la producción de agrocombustibles, alimentos para animales de crianza industrializada, plantaciones para papel y aceites, y favorecer una agricultura biodiversa de producción integrada, local y ecológica.

En un país como Puerto Rico, una isla relativamente pequeña sobrepoblada, que importa más del ochenta por ciento de los alimentos, es urgente promover las prácticas ecológicas en las 600,000 cuerdas de terrenos agrícolas que se han separado legalmente como parte del Plan de Usos de Terrenos (PUT) del 2015. Es posible establecer estrategias agroalimentarias que reduzcan el impacto sobre el cambio climático, mejoren las condiciones agroecosistémicas, provean miles de empleo de calidad para nuestros jóvenes, aumenten de forma sostenible la producción de alimentos, mientras suman miles de millones de dólares a la economía local. Esto nos acercaría a la seguridad alimentaria, para que nuestros agricultores y agricultoras puedan producir la mayoría de los alimentos, de calidad y durante todo el año, para nuestra gente. De esta manera Puerto Rico podría caminar hacia una futura soberanía alimentaria.

 

Fincas de placas solares 

El uso de terrenos agrícolas para grandes fincas intensivas de placas solares no es una opción sensata en la transición hacia el uso de energías renovables y sustentables, por un lado, y la seguridad alimentaria, por el otro.  Menos aún en una isla con limitaciones territoriales. La manera como se vienen construyendo las fincas solares en Puerto Rico implica la compactación y eliminación del mantillo, la parte fértil del suelo. Se utilizan densidades de placas a baja altura que no permiten que crezca nada debajo por falta de luz solar (excepto yerbajos que son controlados mediante herbicidas), reducen la infiltración de agua de lluvia en los niveles freáticos y destruyen la biodiversidad vegetal y animal de los ecosistemas intervenidos. 

Mientras tanto, existen experiencias e investigación en otros países en la integración de la agricultura con placas solares. Básicamente se trata de incorporar dos conceptos a los proyectos de la llamada agrovoltaica: reducir la densidad a la que se colocan las placas para permitir el paso de la luz al suelo, y colocar las placas a varios pies de altura sobre el suelo, como un techo o cubertura. Esto permite el crecimiento de plantas debajo de los paneles, a la vez que funcionan como invernaderos. Además, favorece los hábitats para polinizadores, insectos beneficiosos y otra fauna local. La experiencia ha demostrado que se reduce la evaporación, mejorando el uso del agua en los cultivos. También puede integrarse con el pastoreo y crianza de aves o pequeños rumiantes. Se mejora el funcionamiento y alarga la vida de las placas al crear un microclima que reduce las temperaturas locales. No es una opción para cultivos tradicionales en Puerto Rico como plátanos y viandas, café o árboles frutales, pero parece que podría funcionar con hortalizas.

Sin embargo, mientras el criterio principal sea maximizar las ganancias de las empresas inversionistas en las propuestas existentes de parques de placas solares, sin internalizar los daños ambientales -pérdida de terrenos agrícolas, erosión, destrucción de la biodiversidad, contaminación-, en menoscabo de la producción sustentable de alimentos, no podemos favorecer que se utilicen en Puerto Rico terrenos agrícolas para generar electricidad.
 

(*) El autor es ecólogo social, especialista en agroecología, educador y autor de los libros El huerto casero: manual de agricultura orgánica, La Tierra Viva: manual de agricultura ecológica, y Sembramos a tres partes, los surcos de la agroecología y la soberanía alimentaria.

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