Bahías bioluminiscentes y contaminación lumínica
Por: Jorge Fernández Porto
Director Ejecutivo, Comisión de Recursos Naturales y Ambientales Senado de Puerto Rico
Cuando se analizan las características físicas, químicas, biológicas y ecológicas que tienen que existir para que ocurra el fenómeno de la bioluminiscencia, o iluminación por medios biológicos, como ocurre en Bahía Mosquito en Vieques, Parguera y Moncio José en Lajas y Laguna Grande en Fajardo, donde la bioluminiscencia es de carácter más o menos permanente, cualquiera se asombra del cúmulo de requisitos que tienen que coexistir, razón por la cual hay tan pocas bahías bioluminiscentes en el mundo.
Tiene que ocurrir en primer lugar la presencia de mangle rojo, Rhizophora mangle. Los ácidos tánicos que segregan las raíces de este manglar contienen la cantidad de vitamina B12 necesaria para la existencia de dinoflagelados, organismos microscópicos que generan la luz. Además, la rica aportación de biomasa que hace esta especie de mangle provee otros nutrientes esenciales para el microorganismo. Satisfacer este requisito reduce al trópico y a las zonas subtropicales (rango de distribución de esta especie de mangle) el área del planeta viable para el fenómeno de la bioluminiscencia.
En segundo lugar, la bahía tiene que estar libre de contaminación por sedimentos, por lo que es vital que haya en los alrededores bahías con áreas no desarrolladas o con protección en el uso del suelo.
En tercer lugar, el cuerpo de agua no debe recibir contaminantes químicos. Algunos compuestos son mortales para el microorganismo responsable de la luz.
En cuarto lugar, la bahía tiene que contar con un área y una profundidad suficiente para que el agua se mantenga a una temperatura fresca durante el día, pero, a la vez, más caliente que el mar que le rodea.
En quinto lugar, la existencia de bioluminiscencia requiere que el área de intercambio de agua con el océano sea estrecha y restringida, porque de ser muy amplia, la marea podría llevarse los microorganismos mar afuera. En el caso de la Bahía de Vieques, se pueden encontrar en cada galón de agua hasta 700,000 individuos de Pyrodinium bahamense, organismo unicelular dinoflagelado responsable de la luz.
En sexto lugar, para que el ser humano pueda percibir el maravilloso fenómeno de la bioluminiscencia, no puede haber luz artificial en una magnitud tal que compita con el fenómeno. Consideremos que solamente la luz arrojada por la luna llena es suficiente para reducir de forma importante la percepción de la luz originada por los dinoflagelados.
La coincidencia de estos seis factores al mismo tiempo y en el mismo lugar sólo ocurre en un puñado de lugares alrededor del mundo. La Bahía Puerto Mosquito de Vieques, conocida por los viequenses como Caño Hondo es, sin duda, el único lugar en el mundo donde estos seis factores ocurren bajo tales condiciones y circunstancias que resultan en el cuerpo de agua de su tipo más brillante del mundo entero. Demás está decir lo que este delicado y valioso recurso implica desde el punto de vista del atractivo turístico para Vieques y, por ende, para la economía viequense. En ausencia de una encuesta técnicamente aceptable, nos hemos dado a la tarea de preguntar a las personas visitantes de Vieques cuáles son los factores que las hacen escoger a la isla municipio como destino turístico. Invariablemente, la contestación gira en torno a las playas y la bahía bioluminiscente. De hecho, en los meses entre diciembre y marzo, que representan la época turística extranjera en Vieques, no es raro contar en una noche entre trescientas a cuatrocientas personas en la bahía. Por la estructura del transporte hacia y desde Vieques, casi todas estas personas pernoctan al menos una noche en la isla municipio, con las implicaciones que esta actividad tiene sobre la economía de la isla.
Sin embargo, la Bahía Bioluminiscente se encuentra bajo varias amenazas: sedimentos provenientes de las rutas de acceso, un incremento continuo de visitantes, algunos de los cuales dejan desperdicios y otros contaminantes, y, lo que resulta más evidente, la creciente iluminación de los alrededores. La iluminación nocturna combinada de las viviendas, existentes y en construcción, la iluminación vial y la institucional (parques para jugar béisbol y otras instalaciones públicas) arrojan y reflejan una cantidad importante de luz sobre el recurso natural. A pesar de que no conocemos la existencia de mediciones comparables de la iluminación percibida en la bahía a través del tiempo, hay una regla sencilla que en nuestra experiencia nos hace comprender la realidad de un incremento en la iluminación que llega a la bahía. Hace unos diez años, durante los viajes nocturnos que se hacen a la bahía, no se podía ver a la persona guía o intérprete que dirigía el viaje. Hoy, se la puede apreciar en tres dimensiones, sin necesidad de otra iluminación, debido a la contaminación lumínica que la alumbra. Si es una noche con cubierta baja de nubes, se pueden apreciar muchos más detalles al reflejarse la luz artificial en las nubes.
La contaminación lumínica no sólo afecta la calidad de la apreciación del fenómeno de la bioluminiscencia, sino que también puede tener efectos sobre los organismos bioluminiscentes mismos, provocando que, sencillamente, se extingan, ya que su luz no logra competir con la luz artificial. Se ha encontrado, por ejemplo, que con el incremento en la cantidad de luz –directa o indirecta, de reflejo,- a la población de Pyrodinium bahamense se le reduce su ventaja evolutiva frente a organismos que ocupan su mismo espacio, pero que no toleran la oscuridad. Estos microorganismos, aprovechándose del aumento en la luz, se reproducen entonces en tal magnitud que el Pyrodinium no puede competir, disminuyendo el tamaño de su población y, por ende, la bioluminiscencia real y perceptible.
Sin embargo, comparada con otros problemas o fuentes de contaminación, en apariencia, la contaminación lumínica debería ser de fácil manejo y control. Sólo habría que apagar el “suiche”. No obstante, es más fácil decirlo que hacerlo. Entre otras razones, vivimos en un país con unos problemas serios de seguridad. La iluminación nocturna de los alrededores de nuestros hogares se ha convertido en una herramienta que nos hace sentir cierta seguridad, aunque sea falsa. Sencillamente, nos creemos menos vulnerables si estamos rodeados por una luz cegadora. Sin embargo, el exceso de iluminación a quien único permite verse mejor es a la persona iluminada, lo cual no es una muy sensata medida de seguridad. Hay que trabajar con mucha educación y persuasión para cambiar la percepción de que la iluminación en exceso equivale a seguridad.
Quiero detenerme en este punto brevemente. El fenómeno del reflejo, como se define en la Ley Núm. 218-2008, Ley del Programa para el Control y Prevención de la Contaminación Lumínica, o de la luz cegadora, como se identifica por otras fuentes, es aquél en que la luz intensa provoca que veamos menos. Me explico. Nuestros ojos son órganos maravillosos, pero tienen limitaciones fisiológicas. Por ejemplo, en presencia de una luz intensa pueden ocurrir varias circunstancias en las que el efecto neto sea que distingamos menos lo que tratamos de ver, en lo que el ojo se adapta, e incluso, que dejemos de ver totalmente nuestro objetivo. Por una parte, la luz intensa “rebota” dentro de nuestro globo ocular y la pupila, lo cual reduce la percepción del contraste entre lo que se quiere ver y el entorno que lo rodea. La luz cegadora repentina también provoca la contracción de nuestras pupilas, por lo que se reduce la capacidad de percibir lo que se encuentra en los alrededores de la fuente de luz. También ocurre que en una noche húmeda o en un ambiente con muchas partículas en el aire -como cuando se presentan los polvos del Sahara-, a mayor cantidad de luz, más se refracta ésta, es decir, ocurre un rebote mayor de la luz en las partículas de agua o de polvo. Esto provoca que se reduzca el alcance de nuestra visión y sólo veamos lo inmediato y no lo más lejano. Otro problema que se presenta por la luz cegadora es que, al reflejarse ésta en una superficie lisa y transparente, como una puerta de cristal, no vemos lo que hay detrás de la puerta. Todas estas instancias son representativas de que el exceso de luz no es un sinónimo de seguridad, sino que puede significar todo lo contrario. Les hago un pequeño relato de otra forma en que el exceso de luz se convierte en ocasiones en antítesis de la seguridad.
Hay una escuela en Vieques en un área relativamente aislada, rodeada por unos pocos vecinos inmediatos. La autoridad escolar, para tomar acción a favor de la seguridad de la estructura y de los equipos escolares durante las noches, debido a que habían entrado personas a vandalizar algunos salones, instalaron varios potentes reflectores que ahora iluminan todo el predio y sus alrededores, tanto vertical como horizontalmente. Pues resulta que, luego de la instalación de los reflectores, han ocurrido dos robos de equipos y computadoras dentro de la escuela, eventos que no habían ocurrido antes. Un vecino nos contó que, desde que se instalaron los reflectores, ellos no estaban tan pendientes de la escuela ya que “estaba como de día”. Además, los escaladores no han tenido que utilizar linternas pues todo el predio está perfectamente iluminado. Por el contrario, el evento vandálico que originó que se colocaran los reflectores, precisamente, pudo ser detectado y denunciado por los vecinos porque se mantenían pendientes y porque vieron las luces de las linternas de los vándalos.
Retomando el tema del escrito, tenemos que plantear que, en nuestro país, es más fácil hablar sobre las cosas que hacerlas. Parecería existir una relación directamente proporcional entre la instalación de luminarias que alumbran la noche en todos los ángulos y el ritmo y cantidad de conocimiento que se adquiere sobre la necesidad de un ambiente oscuro para la sobrevivencia de la bioluminiscencia. Es indudable que se necesita, además de la educación, herramientas legales y de planificación/zonificación que limite la calidad, cantidad y duración de la iluminación exterior que afecta las lagunas bioluminiscentes en Puerto Rico.
Un paso en la dirección correcta es la Resolución del Senado Núm. 226, que se encuentra cerca de su aprobación en la Cámara de Representantes luego de haber pasado el crisol del Senado. Esta medida propone crear un grupo interagencial que incluye a la AEE, la Junta de Planificación y la Oficina de Gerencia de Permisos, entre otras, para que, dirigido por el Municipio de Vieques, implante limitaciones y condiciones en la zonificación y en los requisitos de iluminación y de uso de alumbrado en la zona de influencia lumínica del Caño Hondo. Esto puede ser un proyecto piloto que permita evaluar si un mecanismo de esta naturaleza logra mejorar y conservar las condiciones de oscuridad que la bahía necesita. Un segundo mecanismo que puede tener un impacto favorable es la puesta en vigor de la recién aprobada Ley Núm. 218-2008, ley que crea el Programa de Prevención de la Contaminación Lumínica, que asume jurisdicción sobre toda iluminación de origen público y privado en exteriores.
Otro paso importante es la campaña llevada a cabo por el Fideicomiso de Conservación de Puerto Rico, titulada: “Puerto Rico Brilla Naturalmente”. Esta campaña es una estrategia para el manejo de la luz artificial nocturna. Su mayor componente es educativo, aunque también lleva a cabo proyectos demostrativos. Han logrado sentarse a dialogar con la Autoridad de Energía Eléctrica y autoridades estatales y municipales para modificar el manejo de la generación y el uso de la luz artificial. La campaña tiene también un componente pericial constituido por un Consejo Asesor de Contaminación Lumínica con representación de las organizaciones y personas que han asumido el tema del exceso de luz artificial nocturna en nuestra isla como un tema de investigación y que necesita manejarse adecuadamente. También cuenta entre sus integrantes con representantes de la UPR, del Instituto Internacional de Dasonomía Tropical, del Servicio de Pesca y Vida Silvestre, de la Compañía de Parques Nacionales, del Departamento de Recursos Naturales y Ambientales, de la AEE y de la Junta de Calidad Ambiental.
Ahora bien, aparte de los instrumentos legales y de planificación necesarios para manejar la contaminación lumínica en Puerto Rico, así como de los adelantos que podamos lograr con la educación en este tema, para cobrar conciencia no hay nada mejor que observar nuestro cielo de noche, bajo condiciones apropiadas de oscuridad. Esa experiencia por sí misma mueve a cualquiera a entender por qué es necesario que manejemos mejor nuestras luces artificiales nocturnas.