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Seamos inteligentes, ¡no fumiguemos!:

POR LA BIODIVERSIDAD Y OTRAS RAZONES

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Por: María Benedetti

En el 1962, la premiada bióloga Rachel Carson escribió Silent Spring (La primavera silenciosa). Esta obra documenta cómo el envenenamiento con pesticidas debilita a los integrantes de un ecosistema, a menudo de maneras impredecibles. Más de medio siglo más tarde, seguimos envenenando sin tomar en cuenta cómo los venenos afectan la red de vida inmensamente compleja que nos sostiene. Esta red de vida se construye sobre la biodiversidad – la gran variedad de seres vivos, tanto visibles como invisibles, que nos ha permitido evolucionar como especie durante un millón de años.

Soy estudiosa de la permacultura, sistema agrícola armonizado con los elementos de la naturaleza. La permacultura nos guía hacia la abundancia permanente para todo el mundo. Funciona porque apoya la biodiversidad, que crea fertilidad y estabilidad. No nos damos cuenta de los miles de seres invisibles que nos sostienen y mantienen el equilibrio del planeta, pero éstos son imprescindibles.

A finales de la década del 1970, época en que vivía en las montañas Catskills de Nueva York, una oruga comenzó a devorar las hojas de los árboles. La oruga se consideraba una plaga terrible aunque sólo aparecía cada 21 años. Nuestra zona se veía triste. Las industrias de paisajismo y de turismo sufrieron. Entonces, decidieron fumigar. Al cabo de un año y pico, aumentó incontrolablemente la población de los puercoespines (mamíferos de unos 12 libras cuyas espinas cegaban y lastimaban a los perros guardianes de todos tamaños). Para proteger sus hogares y sus autos de la nueva plaga de puercoespines, la gente que habitaba cerca del bosque tenía que construir verjas para proteger sus vehículos y sus hogares. Los puercoespines caminaban de noche en manadas y se comían todo lo que contuviera goma: neumáticos, tubos, cables de los autos, etc. El resultado (una bonanza para los mecánicos que vivían de reponer piezas y gomas de carro) fue una pesadilla para quienes moraban en la zona que ya no dormían. Se hacía guardia para dar batazos a miles de animales porque la fumigación había matado a un parásito microscópico que normalmente mantenía a los puercoespines bajo control. Al fumigar para controlar una sola especie, se alteró el balance; se atentó sobre la red de la biodiversidad que nos sostiene; se abrió una caja de Pandora.

Las plantas leguminosas (del orden botánico que incluye todas las habichuelas, el maní, el moriviví y un fracatán de otras yerbas y árboles útiles) fertilizan el suelo al depositar allí bolitas de nitrógeno, el alimento principal de las plantas. Pero no es la planta la que fertiliza, sino una bacteria que convive con ellas. Durante incontables encuentros simbióticos y clandestinos, esta bacteria beneficiosa recibe almidón (alimento) de la planta y -según las reglas del trueque- fija el nitrógeno para ella y a menudo para sus vecinas. ¡Es una bacteria lo que permite que incontables plantas aporten su servicio de fertilización de nuestros suelos! Si por alguna razón arrojamos al suelo algo que mate esta bacteria, las plantas leguminosas dejan de aportar uno de sus servicios principales a nuestro ecosistema.

Colaborar con la naturaleza implica algo de observación, algo de conocimiento, algo de memoria. Cuando borramos de nuestra memoria colectiva los conocimientos que han permitido nuestro sustento durante miles de generaciones, cometemos graves errores: errores de omisión, de desconocimiento. Y estos errores nos dejan sometidos a la dependencia y a las normas y reglas que nos imponen quienes no saben lo que sabían los abuelos y las abuelas.

A través de nuestra región, desde los tiempos del pueblo taíno, las personas en los campos usaban insecticidas naturales derivados de las semillas de guanábana, corazón, anón y mamey. Según la red TRAMIL (y documentado en Hacia una farmacopea caribeña, edición 7) todas las partes del árbol de mamey (Mammea americana) “ejercen una enérgica actividad insecticida sobre el mosquito Aedes aegypti.” En Fruits of Warm Climates (Las frutas de los climas calientes), la etnobotánica Julia Morton comprueba que las decocciones de su semilla y fruta verde entera, a razón de 1 libra de mamey por 1 galón de agua, son igual de efectivas y más rápidas que el DDT en el proceso de matar insectos ¡incluyendo pulgas y garrapatas! En el 1919, el Departamento de Agricultura de los EEUU informó sobre las propiedades insecticidas de esta especie.

Algunas plantas del patio que repelen los mosquitos son la citronela, el tabaco, el limoncillo, el poleo, el anamú, el clavel de muerto, la malagueta, el geranio oloroso, el ajo, la canela y otras.

Los aceites esenciales de estas plantas representan una fuente importante de ingreso para miles de personas agricultoras alrededor del mundo. Una vez, Puerto Rico suplió al mundo entero del aceite de malagueta. La citronela, el limoncillo, el poleo y el anamú todavía crecen aquí muy rápida y abundantemente. Los repelentes personales y domésticos de mosquitos son una alternativa industrial. ¿Alguien se interesa, Puerto Rico?

Los mosquitos entran y salen de mi casa y no me pican porque como ajo crudo en pestos sabrosos que confecciono de cilantrillo, albahaca, recao, orégano brujo y perejil con romero. Aprendí el truco en Vieques en donde el pueblo recurre a brebajes tradicionales de anamú con llantén para prevenir y tratar el cáncer. “Oye, Víctor, me hueles rico. Me hueles a anamú,” le comenté a un amigo viequense en el 1999. “Muchos viequenses nos lo tomamos… y, María, ¡no se nos pega un mosquito!”, me dijo con su sonrisa de cómplice etnobotánico.

Sí, además de lo que nos podemos untar, las plantas que contienen azufre (anamú, ajo, cebolla) se pueden ingerir como repelente personal. Y hay tantas otras alternativas a nuestro alcance. Recién me llegó una fórmula para una trampa casera adaptada por el gobierno y el pueblo de Dubai para combatir el mosquito Aedes aegypti. Sólo necesitas dos botellitas de plástico como las que usamos para agua y un poquito de azúcar y levadura. Otra trampa se hace con pailas pintadas de negro con agua adentro y una tapa que los deja entrar pero no salir. Por alguna extraña razón, escogemos no participar de la industria multimilionaria que convierte neumáticos en pavimento o en miles de artículos valiosos, inclusive ¡pailas negras para atrapar mosquitos!

El 30 de abril del 2016, la Academia Americana de Pediatras (AAP) publicó el artículo Aerial Pesticide Exposure Increases the Risk of Developmental Delay and Autism Spectrum Disorder (“La exposición a las fumigaciones aéreas aumenta los riesgos de atrasos en desarrollo y el autismo”). La Toxipedia asocia el Naled (y otros insecticidas emparentados) con daños al sistema nervioso central y al sistema respiratorio. Luego de 11 años de fumigación aérea de mosquitos con NALED, el Departamento de Salud de Nueva York informa que a corto plazo hubo reducciones dramáticas de las poblaciones de mosquitos. Sin embargo, a largo plazo, estas poblaciones han aumentado en un 1500% desde que comenzaron a fumigar.

Según una publicación de UNESCO*: “La lucha contra las plagas ya no puede basarse en la aplicación de plaguicidas a gran escala… sobre todo porque el exceso de plaguicidas fomenta la resistencia de las especies atacadas, destruye los enemigos naturales de las plagas, convierte en plagas a especies anteriormente inofensivas, perjudica a otras especies no perseguidas y contamina nuestras tierras, aguas y la vida animal y vegetal que allí habita.”

El ecólogo David Pimentel documentó que en la década del 1940 las plagas o sabandijas eran responsables de la pérdida del 35% al 40% de la producción agrícola a nivel mundial. Desde aquella fecha, el uso de plaguicidas ha aumentado vertiginosamente. No obstante, las sabandijas todavía causan pérdidas de un 37% en la agricultura. ¡Tanto veneno! ¿Para qué?

Un veneno como Naled, que amenaza nuestra salud, la de nuestros niños y niñas y a tantas especies visibles e invisibles, desde las abejas, las aves y otros depredadores de mosquitos, hasta las bacterias beneficiosas en el suelo, no es una solución. Ignora la complejidad de la vida y atenta contra nuestro derecho a la salud integral. Invito a nuestras personas gobernantes a pensar inteligentemente sobre nuestros problemas ambientales. En vez de envenenar, sembremos árboles, arbustos, yerbas, helechos, bejucos y setas y veremos cómo la red de vida responde para restaurar el equilibrio y brindarnos fertilidad, estabilidad y abundancia. Es decir, bienestar para todo el mundo.

Hace un tiempo en Puerto Rico miles de seres humanos de origen indígena y africano se comerciaban como esclavos. Gracias a grandes luchas por la justicia social aquí y alrededor del mundo llegamos a la madurez necesaria para reconocer la dignidad de todo ser humano. Entonces, la esclavitud fue abolida. ¿Cuándo nos tocará reconocer y respetar el valor intrínseco no sólo del ser humano sino de la biodiversidad, cimiento principal de la naturaleza que nos sostiene? Ruego que comencemos antes de que sea tarde.

*Tomado de un estudio titulado Estrategia mundial para la conservación, elaborado en cooperación con el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), el Fondo Mundial para la Vida Silvestre (WWF) y la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) en el 1994.

María Benedetti Autora, educadora etnobotánica y directora de BotaniCultura

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